jueves, 8 de septiembre de 2011

Volver a la India

Swades, de Ashutosh Gowariker, con Shahrukh Khan y Gayatri Joshi, 189 min. , 2004.

La marcha de los ejércitos de Persia siempre fue descripta como devastadora. Estremecía la tierra con sus pasos, secaba los ríos y los sobrevivientes de los pueblos solo eran despojos humanos. Dos milenios y un puñado de siglos después, el pueblo de Charampur en la India, posee las mismas características de los territorios que fueron víctimas de los persas. Charampur parece el resultado de un ataque bélico. Sus habitantes viven en chozas deplorables, están endeudados y no pueden mandar a sus hijos a la escuela. Sufren de terribles sequías y viven en la oscuridad ya que las instalaciones eléctricas en raras ocasiones funcionan. Ashutosh Gowariker en su film Swades (2004) pasea al espectador por las miserias de estas personas para generar conciencia. Y lo hace de una forma particular. Mohan (Shahrukh Khan), el protagonista, es un hindú de visita en su propio país. Desde hace doce años vive en Estados Unidos trabajando para la NASA. Casi no conoce las tradiciones, los lugares y la situación en la que viven sus compatriotas. Gowariker toma a este sujeto y lo hace funcionar como dos puntos de vista diferentes que terminan apuntando a lo mismo. Uno es lo que se puede dar a llamar “el punto de vista extranjero”. El espectador no proveniente de la India puede conocer, al mismo tiempo que Mohan, las costumbres y demás características de esa nación. El segundo punto de vista parte del lado ciudadano de Mohan y es el que intenta generar un abrir de ojos en los habitantes de la India. Les permite ver la terrible situación que se vive y el pensamiento “prehistórico” que tienen sus dirigentes políticos. Permite que el pueblo sepa que se pueden lograr cosas. Que se puede evolucionar a partir del trabajo grupal y es justamente la evolución la que cumple un papel sumamente importante en la historia. La evolución de Mohan es hacer su viaje en busca de un bien personal y terminar realizando un bien para todo el pueblo. Su cambio es acompañado por el de la civilización. Llega el progreso y para poder progresar se necesita primero retroceder. Ir al inicio del problema para luego solucionarlo. Esta lección es aprendida por el joven Marty McFly (Michael J. Fox) en Volver al futuro (Back to the Future, Robert Zemeckis, 1985). La máquina del tiempo lo hacía regresar a su pueblo natal, pero que es casi desconocido para él. Nada le resulta familiar y precisamente sus familiares no lo conocen. Marty regresa a los inicios de esa comunidad y se podría decir también que regresa al vientre materno al encontrarse con su adolescente madre. Gowariker al parecer, hace lo mismo. Toma a su personaje y lo regresa a una civilización que parece de otra época en el tiempo y realiza un viaje que lo lleva de vuelta al vientre materno. Busca a la mujer que lo crió. Esa mujer a la que él llama segunda madre.

Finalmente Marty y Mohan (que también comparten la misma inicial y la misma cantidad de letras en sus nombres) tienen la misma misión: arreglar los conflictos para volver a su lugar en la sociedad. Mohan lo hace una vez que logra generar electricidad en la aldea (con efecto de corriente a través de los cables) al igual que el Doc. Brown (Christopher Lloyd) la generaba para mandar de regreso a Marty. Es en ese momento, cuando se ve a Mohan trabajando junto a los habitantes y cuando expresa sus deseos de quedarse allí, que el espectador se da cuenta que estaba equivocado. Mohan no era una encarnación de Marty sino del Doc. Brown. Ambos deciden no irse. No volver a la ciudad. Optan por quedarse en ese pueblo que aman (en el primer caso la aldea de Charampur y en el segundo el Far West). Los dos deciden generar el progreso desde allí y se quedan, no solo por lo maravilloso del lugar que aprendieron a amar sino también por las mujeres que aman.
El progreso termina estando en ese pueblo de antaño y volver al futuro, mejor dicho a la civilización estadounidense, se vuelve tan irreal como hace treinta años la idea de que un auto fuera usado para viajar en el tiempo.

Nicolás Ponisio.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Welcome to the Jungle

The Asphalt Jungle, de John Huston, con Sterling Hayden, Louis Calhern y Jean Hagen, 112 min, 1950.

La Jungla de Asfalto. No hay mejor título que defina en cuatro palabras un lugar colmado de violencia y corrupción. Un lugar donde el más grande devora al débil.
Ese lugar es el mundo que habitan los personajes de Huston. En resumen: el mundo del policial negro.
Sin embargo este texto no se va a encargar de hacer una profunda y extensa crítica del film y del género en si. El texto tiene como propósito centrar su total atención en una escena en particular. Una escena, en la cual el protagonista logre destacarse y mostrar brevemente ese entorno oscuro en el que habita.

Dicha escena transcurre en la casa de Emmerich, interpretado por Louis Calhern. Junto a él se encuentra Bob Brannom (Brad Dexter), su matón personal. Ambos reciben al “doctor’’ Riedenschneider y a Dix Handley (Sam Jaffe y Sterling Hayden) que acaban de cometer el asalto a una joyería. A pesar que los personajes de Jaffe y Hayden no sospechan que sus anfitriones piensan engañarlos y quedarse con el botín, el segundo observa todo y a todos. Se encuentra siempre alerta a su entorno con una mirada incisiva. Una de las tantas características propias de los personajes del policial negro.
Mientras Emmerich intenta convencer a el “doctor’’ que sería adecuado quedarse con las joyas un par de días hasta conseguir el dinero, Dix mantiene sus oídos atentos a la conversación, pero al mismo tiempo no aparta su vista ni un solo segundo de la figura de Bob que se encuentra sentado al fondo de la sala totalmente rígido, con una expresión austera, junto a un velador que le permite tener la mitad de su cuerpo prácticamente a oscuras. El público sabe, debido a una escena anterior, que Bob tiene un revolver guardado en su saco y que, como un ave de rapiña, aguarda en las penumbras el momento de abalanzarse sobre su presa. Lo mismo está esperando el personaje de Hayden pero al contrario de Bob, se encuentra en una parte iluminada de la habitación y de cara a sus enemigos. Con solo estar parado allí logra demostrar que no le teme a nadie y que cuando se debe matar a alguien debe hacerse mirando a su oponente a los ojos.
Cuando llega el momento en el cual el “doctor’’ se da cuenta de que quieren embaucarlo y quedarse con su apreciado botín, Bob pide a Emmerich que se haga a un lado para poder a puntar a sus contrincantes. Ordena que pongan las manos en alto y que el “doctor’’ arroje el maletín que contiene las joyas.
El espectador sabe muy bien que es solo cuestión de segundos para que el “héroe’’ entre en acción desplegando toda su habilidad e ingenio contra su enemigo.
Este espectador aguarda mientras los personajes emiten unas líneas de diálogo. Al finalizar dichas líneas, quien esté observando el film puede prepararse para saltar de su asiento.
Al igual que el espectador, el lector de este artículo debe estar ansiando el momento en el que se describe esta situación del film. O tal vez ya haya dejado de leer y se marchó rápidamente a conseguir esta obra de Huston. Si eso es lo que hizo, ha hecho bien.
En lo que resta de este artículo no se pasará a describir la secuencia y hazaña que realiza el valiente e ingenioso personaje de Hayden. Si se hiciera, seguramente no contendría esa breve pero exaltante emoción que produce la acción en si. El núcleo central de esa escena se perdería entre las palabras.
Solo se puede decir que como en tantos films posteriores hay un “triángulo de fuego’’ y un travelling que deja momentáneamente fuera de campo el resultado de la acción. Nos deja apreciar lo rápido y letal que puede ser el protagonista.
Una escena breve, una acción breve. Breve pero que al igual que el título del film logra sintetizar el mundo criminal, gris y lleno de ambición que es el policial negro.


Nicolás Ponisio

viernes, 12 de agosto de 2011

Super 80's





Tengo que escribir esta reseña ahora mismo. No puedo dejar pasar más tiempo, tiene que ser AHORA. Si tardo en escribirla pueden pasar cosas que inutilizen por completo mis primeras impresiones sobre “Super 8”.No, las razones no responden a fechas de entrega (por ahora no existe ese tipo de presión…por ahora!) sinó a cuestiones más urgentes aún: tengo miedo de volver a la adultez en cualquier momento. Y tengo miedo de que, con ella, lleguen los cuestionamientos propios de una persona “adulta”, las ironías, el sarcasmo, las reflexiones sociológicas y todas esas cosas que definitivamente no encajarían con una reseña sobre esta película. Y así, como una cenicienta que tiene miedo de que su lujoso carruaje se convierta en calabaza, comienzo a bajar a texto mis primeras impresiones sobre “Super 8”. Empezemos por la sinopsis. Acotada, para no espoilear demasiado.

Un empleado de una fábrica saca las chapas con números que celebran más de 700 días sin accidentes para retrotraer la cuenta a 1. Con ese maravilloso poder de síntesis se expone el conflicto subyacente en todo el film: acaba de morir en un terrible accidente la madre de nuestro protagonista, Joe (Joel Courtney, una cara 100% Spielberg). Quien, 4 meses después, aún no puede superar ese suceso traumático, al igual que su padre. Como vía de escape cuenta con su grupo de amigos- con quienes está a punto de realizar una película casera de zombies con una cámara super 8-y sobre todo con Alice, la chica de sus sueños (Elle Fanning, la hermana de Dakota). Mientras ruedan una escena de esa película son testigos de un espectacular choque de tren. Un accidente que, luego de extrañas desapariciones y hechos inexplicables, descubrirán que no ha sido tal. Y que, para peor, hay militares involucrados y una extraña criatura que se mueve entre sombras.

Ante todo, quisiera dejar en claro algo: yo nací en 1979, época en la cual transcurre el film de J.J Abrams. Y, como todos saben, a nuestro país llega todo tarde, por lo cual el 1979 de yanquilandia llegó a Argentina en 1985. Mi primer contacto con el cine-el primero que recuerdo-es a través de dos figuritas: las de “El regreso del Jedi”…y las de E.T. Si a eso sumamos el hecho de que “Indiana Jones y el templo de la perdición” (junto con la ya mencionada película de la saga Star Wars) fue ESA película que nunca me cansaba de ver una y otra vez, el veredicto es inexorable: no puede no gustarme “Super 8”. Es una cuestión generacional, genética, cinética. Va contra toda objetividad. Y es que la película, al igual que la comedia “Paul” (Greg Mottola, 2011) es una carta de amor de Abrams a Spielberg, una reivindicación de ese cine que aunaba entretenimiento y calidad, fantasía y personajes muy humanos, sentido de la maravilla y emoción. Ese homenaje se extiende a films como “Los Goonies”, las películas de Joe Dante e incluso a los zombies de Romero (quien incluso es mencionado en un divertido guiño.)
Lo remarcable es que esa carta de amor está hecha con la misma caligrafía de Spielberg, con el mismo tipo de papel y la misma pluma. Es tal el nivel de mimetismo que nos hace pensar si realmente es Abrams quien escribe, o si es el mismísimo director de “Tiburón” usando un seudónimo: esos personajes, esos travellings incesantes, esa fotografía, la música casi omnipresente con esos compases al mejor estilo John Williams…Uno puede imaginarse a Steven saliéndose de su rol de productor y encarando a Abrams en medio del rodaje: “a ver, pibe, me dejás dirigir esta escenita?. Es ésta y nada más.” “bueno, Steve, pero es la última, ok? Me estás filmando media película!” Algo parecido a lo que según dicen pasó cuando produjo “Poltergeist” (Tobe Hooper,1982).

Pero lo que es realmente digno de destacar es que no se trata de calcar un estilo y quedarse en eso. No es una película pochoclera al uso. Al igual que en aquella obra maestra llamada The host (Joon-Ho Bong,2006), el monstruo es la excusa para contarnos una historia donde el amor y los conflictos familiares juegan un papel determinante. Y hay mucho sentimiento involucrado, mucha nostalgia. Hacia una época,(como también lo evidencia el impresionante soundtrack) pero sobre todo hacia una manera de hacer cine. Y si los efectos especiales están perfeccionados acorde a los tiempos que corren, la sensibilidad del film se quedó a comienzos de los 80, lo cual le valió críticas que lo acusan de “ñoño”. Pero donde algunos podrán ver noñez o cursilería otros, como yo, verán inocencia y amor por el cine de género de los 80, con todos sus códigos y marcas de estilo. Si uno entra en el juego, es imposible no sentir el deseo irrefrenable de formar parte de la banda de Joe, de correr junto a ellos en medio de una invasión -extraterrestre o militar, lo mismo da- para rescatar a la chica de nuestros sueños. Y esa sensación, la de ser niño por dos horas, es algo que no tiene precio.
Poco importa que cuando salgamos del cine sigamos siendo los mismos y el carruaje se convierta en calabaza. Quien nos quita lo bailado?




El shéneral


lunes, 8 de agosto de 2011

La supervivencia de Romero









Si no fuera por un tipo grandote y barbudo, al que uno confundiría con un leñador si sus credenciales no atestiguaran que es director de cine y se llama George Romero, la palabra “zombie” nos llevaría inmediatamente a la imagen de un negro haitiano. Y es que, al menos hasta 1968, el muerto viviente casi excluyente era el que protagonizaba películas como “White zombie” (Víctor y Edward Halperin,1932) o “I walked with a zombie”(Jacques Tourneur,1943), es decir: aquel que, vudú mediante, volvía de la muerte para el espanto de los turistas. Quienes, además de una evidente falta de coraje (eran solo morochos caminando con la mirada perdida, caramba!!),demostraban una carencia absoluta de visión comercial: pudiendo llevarse uno de souvenir para explotarlo a gusto y piacere en sus plantaciones, solo atinaban a correr horrorizados.
Quien tampoco tenía visión comercial era Romero. Su impresionante debut, “La noche de los muertos vivientes” (1968) no le dio el más mínimo rédito: debido a errores típicos de la inexperiencia de un debutante, su ópera prima fue pobremente distribuida y, lo que es peor, al no estar registrada debidamente, pasó a ser una obra de dominio público. Le tomó mucho tiempo a don Romero recuperar la pasta y su película, pero en cuanto a réditos artísticos (que son los que realmente importan) ya se había ganado su lugar en el panteón sagrado del cine de terror, y más allá.
Y es que su película dio vuelta la tortilla: para ver un zombie en persona, ya no era condición ser un millonario aficionado al turismo exótico: podía ser tu propio vecino. Y éstos muertos vivientes no se limitaban a caminar por allí con los brazos extendidos en modo momia, ahora estaban hambrientos de carne humana, o de cualquier cosa que se le ponga delante. Y peor aún, para una época pródiga en conflictos raciales: el negro ya no era el villano, sino el héroe. El vudú ya no es el motivo por el que los difuntos salen de sus tumbas, de hecho nunca sabremos los motivos ni en ésta ni en las siguientes películas que conforman la primera trilogía de los muertos (que se completa con las potentes “Dawn of the dead”, de 1978, y “Day of the dead, de 1985). Había nacido el zombie moderno.

Ahora bien: a qué se debe esta introducción didáctica, si lo que realmente importa acá es “Survival of the dead” (2010)? Bueno, quizás necesitaba ensalzar un poco la figura de Romero para poder decir, con un poco menos de culpa, que su última película es también una de las más flojas que haya hecho. Es, también, la única que se enlaza directamente con otra película de la saga: el militar que en “Diario de los muertos” (2007) atracaba el auto donde viajaban los protagonistas de la segunda parte de la nueva trilogía (iniciada en 2005 con “Land of the dead”) toma aquí el rol de protagonista.
Escapando del ejército junto a tres soldados, el coronel Crockett (Alan Van Sprang) se dirige a una isla de Pittsburgh buscando un paraíso lejos del caos general. Pero, pese a su aspecto idílico, la isla de paraíso tiene poco: dos clanes se disputan el control de la misma al tener dos visiones opuestas de cómo resolver el problema de los muertos vivientes: mientras los O´Flynn se quieren deshacer de ellos a la vieja usanza (tiro en la cabeza, y a otra cosa), los Muldoon creen que la voluntad del Señor es mantenerlos con vida y tratar de domesticarlos para que no se habitúen a la carne humana. Crockett y sus hombres deberán sobrevivir en medio de este infierno grande de pueblo chico.
La historia prometía un banquete Romeriano tentador, la oportunidad perfecta para que despliegue sus platos característicos: crítica social, humor negro y gore sin anestesia. Y no es que eso falte en “Survival of the dead”. El problema es que el banquete nos es servido ya un poco frío, en bandeja de cobre oxidado, y que el mozo que la sostiene lo hace con desgano, como si estuviera ya cansado de servir siempre lo mismo, o peor, como quien ya lo hace con voluntad de autómata. Como si el mismísimo tío George estuviera zombificado y nos entregara pálidos reflejos de su obra anterior.


No es el presupuesto el mayor problema. Si bien se nota cierta deficiencia en los efectos especiales (sobre todo los digitales), digamos que sus películas nunca fueron derroches de efectos y explosiones, con la salvedad de las ya mencionadas “Dawn of the dead” y “Land of the dead”. Los muertos eran la excusa para contar (o mejor dicho denunciar) algo más, ya sea el consumismo de la sociedad norteamericana, el fascismo, los conflictos raciales o la voracidad capitalista. No falta aquí el comentario social, pero llega tarde y casi a la fuerza, como si Romero intentara excusar lo que hizo una hora antes con una fuerte, aunque obvia, declaración de principios.
De todos modos, donde hace más agua su último film es en el guión. Planteado como una especie de western-zombie, los personajes no generan la más mínima identificación, entrando y saliendo de la trama con bastante torpeza, con actuaciones que dejan bastante que desear y giros argumentales atropellados. Sumado a esto, hay ciertos pasajes de humor negro que no causan gracia (véase la escena del chino pescando zombies) y que quedan bastante descolocados en la trama. La secuencia final, resuelta a las apuradas, es la que más evidencia la falta de presupuesto e ideas en el último opus de Romero.
No faltan, eso sí, un par de escenas destacables (las que involucran a los dos niños encadenados y el estacionamiento de un crucero) y un plano final que, de tan bizarro se hace entrañable, pero es muy poco viniendo de alguien que nos brindó verdaderas joyas como “Martin” y “Creepshow” (por nombrar dos películas ajenas a la saga).
¿Será hora de que Romero deje descansar a sus muertos por un tiempo? ¿O Acaso seguirá el camino de George Lucas, otro tipo al que uno confundiría fácilmente con un leñador y que también está atrapado en el laberinto de su propia creación?
Solo resta esperar que don Romero vuelva a levantarse de entre los muertos. Que el tipo que nos brindó tantos sustos y emociones rompa el cajón en que está metido y salga rozagante con otra obra maestra bajo el brazo. De lo contrario…bueno, ya todo sabemos. Tiro en la cabeza, y a otra cosa.


El shéneral

viernes, 5 de agosto de 2011

Primeras imágenes de Catwoman


Warner Bros nos quiere tentar y hacernos rogar cada vez más por el estreno de The Dark Knight Rises (Christopher Nolan, 2012). Esta vez dicha tentación va acompañada de un ajustado traje de cuero en el que se la ve a Anne Hathaway interpretando a una ¿futurista? Catwoman viajando en la Batpod de el hombre murciélago. The Dark Knight Rises se estrena en la Argentina el 19 de Julio de 2012 y un día después en los Estados Unidos.

jueves, 4 de agosto de 2011

Pasen y vean: Primera imagen de Man of Steel.


Warner Bros. Pictures y Legendary Pictures finalmente han presentado la primer imagen oficial de Man of Steel en la que se ve a Henry Cavill como Superman. El film es dirigido por Zack Snyder y producido por Christopher Nolan y arribará a los cines en Junio de 2013. Cavill es acompañado en el elenco por Amy Adams como Lois Lane, Lawrence Fishburne como Perry White, Diane Lane y Kevin Costner como los padres adoptivos de Superman, Russell Crowe y Julia Ormond como los padres biólogicos y por último Michael Shannon y Antie Traue como el general Zod y Faora, los villanos de la historia.

miércoles, 3 de agosto de 2011

El nuevo proyecto de Zack Snyder (Al muchacho solo con Superman no le alcanza).


Zack Snyder acaba de firmar contrato para filmar The Last Photograph. El film cuenta la historia de dos hombres (Christian Bale y Sean Penn son los confirmados para protagonizarlo) que realizan un viaje a través de la guerra de afganistán. El drama de Snyder se estrenaría en 2013, mismo año en el cual se encontrará en pantalla la adaptación sobre Superman llamada Man of Steel, otro film llevado a cabo por el director.

Remake de Cementerio de animales.

El director Alexandre Aja, realizador de Alta Tension, El despertar del diablo, Espejos Siniestros y Piraña 3d (dos de las cuales no son de mi agrado), se encuentra en tratativas para dirigir la remake del film de terror llevado a la pantalla en 1989 por Mary Lambert y basado en la novela de Stephen King publicada en 1983. El guión de la remake se encuentra a cargo de Matthew Greenberg (1408 y El reinado del fuego).

martes, 2 de agosto de 2011

Twixt, el film de suspenso y terror de Francis Ford Coppola

Acá les traemos el trailer de lo nuevo del director Francis Ford Coppola. Twixt cuenta con las actuaciones de Val Kilmer, Elle Fanning, Bruce Dern, Ben Chaplin, David Paymer y Tom Waits. El film se estrenará en el próximo Festival Internacional de Cine de Toronto (del 8 al 18 de Septiembre).

sábado, 30 de julio de 2011

La gran estafa.

Capitán América: El primer vengador, de Joe Johnston, con Chris Evans, Hayley Atwell, Hugo Weaving, 124 min, 2011.

A pesar de contar con solo producciones pochocleras, aburridas y carentes de profundización en su gran diversidad de personajes (a excepción de alguna que otra entrega de X-Men y la primera Iron- Man) opté por darle una nueva oportunidad a un film de la factoría Marvel. Arrastrado más que nada por la despertada curiosidad de ver “una de superhéroe con nazis”. Antes de hablar sobre la película en cuestión, merece una breve mención el desencanto con el cual me encontré al pagar el desorbitado precio de la entrada de un importante complejo de cines (desencanto que pasó a duplicarse luego de la experiencia cinematográfica). ¿Dónde quedaron los días en los cuales el valor de la función barata era de $3,50 y el de la más cara $5? Dicho pensamiento me retrotrajo y evocó a un pasado, una época ya perdida. El mismo efecto debería tener en el espectador la representación de los 40, fecha en la que se sitúa el film de Joe Johnston, pero que nunca termina sucediendo del todo. Es echado a perder debido a una puesta en escena que cuenta con bases científicas de la más alta tecnología (no me asombraría encontrar entre tantos monitores un Windows vista) y algunos medios de transporte (submarinos y naves) que parecen salidos de una película de Star Trek. Más allá de eso, el comic llevado a la pantalla consta con unos aceptables cuarenta minutos que entretienen y van formando la personalidad del protagonista. Pero no es él a quien se le puede atribuir el mérito sino al científico Abraham Erskine que interpreta Stanley Tucci. El actor demuestra un gran empeño a la hora de llevar a cabo su performance. Una de las pocas de todo el film. No hay que desmerecer la actuación de Hugo Weaving como el villano de turno Johann Schmidt/ Red Skull, quien posee presencia en pantalla además de buenos diálogos pero que, a la vez, es totalmente desaprovechada. Sus apariciones sirven como un balde de agua fría que lo despierta a uno entre tanta trama banal y soporífera y para olvidar, solo momentáneamente, el fragante deseo de que aparezcan los créditos finales. Pero la conclusión parecería nunca llegar y, en cambio, se suceden contenidos narrativos de comedia romántica (mala) e infinita cantidad de chistes (uno cada cinco minutos) que no llegan a rozar ni de cerca la comicidad. Por último, me he tomado el (dis) placer de dejar para el final al héroe protagonista. A un Chris Evans que, por medio de un suero inyectado en su cuerpo (¿invención de los esteroides?), es convertido en un “súper soldado”. Definición puesta en juicio ya que su personaje solo es un objeto publicitario nacionalista. Se lo ve en shows propagandísticos y actuando en películas. El relato se toma un buen tiempo en mostrar sus proezas ficcionales pero a la hora de hacer gala de sus verdaderas dotes heroicas se escoge hacerlo mediante una veloz elipsis acompañada de algunas escenas de combate. De hacerlo a través de tapas periodísticas habría tenido el mismo resultado o aún mejor, se hubieran ahorrado en mostrar los tristes efectos especiales.


Al igual que sucede en el relato con el fanatismo de las masas por ese héroe, el éxito del film de Joe Johnston se deberá a las hordas de espectadores infantiles a la cual, y ya no hay duda alguna, va dirigida esta producción. Nazis y acción desaprovechados por una temática ATP. Me acerqué con intenciones de ver una película de acción con ciertos elementos históricos (como con los que cumplía X-Men: First Class de Matthew Vaughn) y me encontré estafado (doblemente a esta altura si se tiene en cuenta la anécdota de la entrada) por una comedieta para niños con elementos románticos dignos de pertenecer a una telenovela de Canal 9. Nuevamente los espectadores un poco más decepcionados y los productores un poco más adinerados.

Nicolás Ponisio.

domingo, 3 de julio de 2011

Érase una vez…

Hanna, de Joe Wright, con Saoirse Ronan, Eric Bana, Cate Blanchett, 111 min, 2011.
Hanna (Saoirse Ronan) es una joven de dieciséis años criada en el bosque y que debe emprender un viaje en el que se enfrentará a una malvada mujer y a sus temibles secuaces. A partir de esta premisa se debe saber que Hanna es más que un thriller de acción. Hanna es un cuento fantástico. Esos que nuestros padres nos leían de pequeños antes de ir a dormir y que los hermanos Grimm (a los que el film no niega su importancia e influencia y en más de una ocasión son mencionados) narraban aplicando siempre una pequeña dosis de crueldad. Uno de los casos más conocidos es el de Caperucita roja. Basta con tan solo recordar la original prisión en la que se hallaba la pobre abuela y su rescate, el cual consistía en abrir el estómago del feroz y hambriento lobo. Si pasamos por alto el hecho de que una señora mayor sobreviva en las entrañas de un animal, el suceso sangriento de abrir al lobo en dos podría pertenecer tranquilamente a una escena de cualquiera de las entregas de Saw o película gore de los últimos tiempos. Lo que encontramos entonces al ver el nuevo film de Joe Wright (Pride & Prejudice, Atonement, The Soloist) es un poco de crudeza Grimmeana que es utilizada para disfrazarlo, al igual que lo hacía el lobo en Caperucita, de una película de acción. O al menos así nos la disfrazan los medios de información y sinopsis leídas cuando en realidad se trata de un cuento que, con gran virtuosismo de la puesta en escena (para más información véase el plano secuencia que transcurre en una estación de autobuses), relata la salida de una niña al mundo. Un mundo plagado de peligros, los mismos que dan lugar a las secuencias de acción, pero también plagado de magia visual, onírica, con la que el director se divierte, disfruta filmando y con la cual logra dar prioridad al tratamiento de la imagen y escapa de los lugares comunes del género. Así es como crea una cadena de placer cinematográfico que desemboca en nosotros, los espectadores, y que disfrutamos adentrándonos en ella como cuando éramos niños y esos relatos de fantasía nos envolvían en un mundo casi tan disfrutable como el del cine.
En una escena del film, Eric Bana, quien interpreta al padre de la protagonista, lee en una enciclopedia la descripción del término música: -La combinación de sonidos que forma una idea de belleza y expresa emociones. Luego de pasar por una de las experiencias cinematográficas más agradables en lo que va del año (127 Hours de Danny Boyle fue otra de ellas) cabe destacar que en su totalidad, Hanna se eleva más allá de la música, y también de los cuentos de hadas, convirtiéndose en una combinación de sonidos (e imágenes) que forma una idea de belleza y expresa emociones como solo el mundo cinematográfico lo puede hacer.

Nicolás Ponisio