Si no fuera por un tipo grandote y barbudo, al que uno confundiría con un leñador si sus credenciales no atestiguaran que es director de cine y se llama George Romero, la palabra “zombie” nos llevaría inmediatamente a la imagen de un negro haitiano. Y es que, al menos hasta 1968, el muerto viviente casi excluyente era el que protagonizaba películas como “White zombie” (Víctor y Edward Halperin,1932) o “I walked with a zombie”(Jacques Tourneur,1943), es decir: aquel que, vudú mediante, volvía de la muerte para el espanto de los turistas. Quienes, además de una evidente falta de coraje (eran solo morochos caminando con la mirada perdida, caramba!!),demostraban una carencia absoluta de visión comercial: pudiendo llevarse uno de souvenir para explotarlo a gusto y piacere en sus plantaciones, solo atinaban a correr horrorizados.
Quien tampoco tenía visión comercial era Romero. Su impresionante debut, “La noche de los muertos vivientes” (1968) no le dio el más mínimo rédito: debido a errores típicos de la inexperiencia de un debutante, su ópera prima fue pobremente distribuida y, lo que es peor, al no estar registrada debidamente, pasó a ser una obra de dominio público. Le tomó mucho tiempo a don Romero recuperar la pasta y su película, pero en cuanto a réditos artísticos (que son los que realmente importan) ya se había ganado su lugar en el panteón sagrado del cine de terror, y más allá.
Y es que su película dio vuelta la tortilla: para ver un zombie en persona, ya no era condición ser un millonario aficionado al turismo exótico: podía ser tu propio vecino. Y éstos muertos vivientes no se limitaban a caminar por allí con los brazos extendidos en modo momia, ahora estaban hambrientos de carne humana, o de cualquier cosa que se le ponga delante. Y peor aún, para una época pródiga en conflictos raciales: el negro ya no era el villano, sino el héroe. El vudú ya no es el motivo por el que los difuntos salen de sus tumbas, de hecho nunca sabremos los motivos ni en ésta ni en las siguientes películas que conforman la primera trilogía de los muertos (que se completa con las potentes “Dawn of the dead”, de 1978, y “Day of the dead, de 1985). Había nacido el zombie moderno.
Ahora bien: a qué se debe esta introducción didáctica, si lo que realmente importa acá es “Survival of the dead” (2010)? Bueno, quizás necesitaba ensalzar un poco la figura de Romero para poder decir, con un poco menos de culpa, que su última película es también una de las más flojas que haya hecho. Es, también, la única que se enlaza directamente con otra película de la saga: el militar que en “Diario de los muertos” (2007) atracaba el auto donde viajaban los protagonistas de la segunda parte de la nueva trilogía (iniciada en 2005 con “Land of the dead”) toma aquí el rol de protagonista.
Escapando del ejército junto a tres soldados, el coronel Crockett (Alan Van Sprang) se dirige a una isla de Pittsburgh buscando un paraíso lejos del caos general. Pero, pese a su aspecto idílico, la isla de paraíso tiene poco: dos clanes se disputan el control de la misma al tener dos visiones opuestas de cómo resolver el problema de los muertos vivientes: mientras los O´Flynn se quieren deshacer de ellos a la vieja usanza (tiro en la cabeza, y a otra cosa), los Muldoon creen que la voluntad del Señor es mantenerlos con vida y tratar de domesticarlos para que no se habitúen a la carne humana. Crockett y sus hombres deberán sobrevivir en medio de este infierno grande de pueblo chico.
La historia prometía un banquete Romeriano tentador, la oportunidad perfecta para que despliegue sus platos característicos: crítica social, humor negro y gore sin anestesia. Y no es que eso falte en “Survival of the dead”. El problema es que el banquete nos es servido ya un poco frío, en bandeja de cobre oxidado, y que el mozo que la sostiene lo hace con desgano, como si estuviera ya cansado de servir siempre lo mismo, o peor, como quien ya lo hace con voluntad de autómata. Como si el mismísimo tío George estuviera zombificado y nos entregara pálidos reflejos de su obra anterior.
No es el presupuesto el mayor problema. Si bien se nota cierta deficiencia en los efectos especiales (sobre todo los digitales), digamos que sus películas nunca fueron derroches de efectos y explosiones, con la salvedad de las ya mencionadas “Dawn of the dead” y “Land of the dead”. Los muertos eran la excusa para contar (o mejor dicho denunciar) algo más, ya sea el consumismo de la sociedad norteamericana, el fascismo, los conflictos raciales o la voracidad capitalista. No falta aquí el comentario social, pero llega tarde y casi a la fuerza, como si Romero intentara excusar lo que hizo una hora antes con una fuerte, aunque obvia, declaración de principios.
De todos modos, donde hace más agua su último film es en el guión. Planteado como una especie de western-zombie, los personajes no generan la más mínima identificación, entrando y saliendo de la trama con bastante torpeza, con actuaciones que dejan bastante que desear y giros argumentales atropellados. Sumado a esto, hay ciertos pasajes de humor negro que no causan gracia (véase la escena del chino pescando zombies) y que quedan bastante descolocados en la trama. La secuencia final, resuelta a las apuradas, es la que más evidencia la falta de presupuesto e ideas en el último opus de Romero.
No faltan, eso sí, un par de escenas destacables (las que involucran a los dos niños encadenados y el estacionamiento de un crucero) y un plano final que, de tan bizarro se hace entrañable, pero es muy poco viniendo de alguien que nos brindó verdaderas joyas como “Martin” y “Creepshow” (por nombrar dos películas ajenas a la saga).
¿Será hora de que Romero deje descansar a sus muertos por un tiempo? ¿O Acaso seguirá el camino de George Lucas, otro tipo al que uno confundiría fácilmente con un leñador y que también está atrapado en el laberinto de su propia creación?
Solo resta esperar que don Romero vuelva a levantarse de entre los muertos. Que el tipo que nos brindó tantos sustos y emociones rompa el cajón en que está metido y salga rozagante con otra obra maestra bajo el brazo. De lo contrario…bueno, ya todo sabemos. Tiro en la cabeza, y a otra cosa.
El shéneral
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