sábado, 30 de julio de 2011

La gran estafa.

Capitán América: El primer vengador, de Joe Johnston, con Chris Evans, Hayley Atwell, Hugo Weaving, 124 min, 2011.

A pesar de contar con solo producciones pochocleras, aburridas y carentes de profundización en su gran diversidad de personajes (a excepción de alguna que otra entrega de X-Men y la primera Iron- Man) opté por darle una nueva oportunidad a un film de la factoría Marvel. Arrastrado más que nada por la despertada curiosidad de ver “una de superhéroe con nazis”. Antes de hablar sobre la película en cuestión, merece una breve mención el desencanto con el cual me encontré al pagar el desorbitado precio de la entrada de un importante complejo de cines (desencanto que pasó a duplicarse luego de la experiencia cinematográfica). ¿Dónde quedaron los días en los cuales el valor de la función barata era de $3,50 y el de la más cara $5? Dicho pensamiento me retrotrajo y evocó a un pasado, una época ya perdida. El mismo efecto debería tener en el espectador la representación de los 40, fecha en la que se sitúa el film de Joe Johnston, pero que nunca termina sucediendo del todo. Es echado a perder debido a una puesta en escena que cuenta con bases científicas de la más alta tecnología (no me asombraría encontrar entre tantos monitores un Windows vista) y algunos medios de transporte (submarinos y naves) que parecen salidos de una película de Star Trek. Más allá de eso, el comic llevado a la pantalla consta con unos aceptables cuarenta minutos que entretienen y van formando la personalidad del protagonista. Pero no es él a quien se le puede atribuir el mérito sino al científico Abraham Erskine que interpreta Stanley Tucci. El actor demuestra un gran empeño a la hora de llevar a cabo su performance. Una de las pocas de todo el film. No hay que desmerecer la actuación de Hugo Weaving como el villano de turno Johann Schmidt/ Red Skull, quien posee presencia en pantalla además de buenos diálogos pero que, a la vez, es totalmente desaprovechada. Sus apariciones sirven como un balde de agua fría que lo despierta a uno entre tanta trama banal y soporífera y para olvidar, solo momentáneamente, el fragante deseo de que aparezcan los créditos finales. Pero la conclusión parecería nunca llegar y, en cambio, se suceden contenidos narrativos de comedia romántica (mala) e infinita cantidad de chistes (uno cada cinco minutos) que no llegan a rozar ni de cerca la comicidad. Por último, me he tomado el (dis) placer de dejar para el final al héroe protagonista. A un Chris Evans que, por medio de un suero inyectado en su cuerpo (¿invención de los esteroides?), es convertido en un “súper soldado”. Definición puesta en juicio ya que su personaje solo es un objeto publicitario nacionalista. Se lo ve en shows propagandísticos y actuando en películas. El relato se toma un buen tiempo en mostrar sus proezas ficcionales pero a la hora de hacer gala de sus verdaderas dotes heroicas se escoge hacerlo mediante una veloz elipsis acompañada de algunas escenas de combate. De hacerlo a través de tapas periodísticas habría tenido el mismo resultado o aún mejor, se hubieran ahorrado en mostrar los tristes efectos especiales.


Al igual que sucede en el relato con el fanatismo de las masas por ese héroe, el éxito del film de Joe Johnston se deberá a las hordas de espectadores infantiles a la cual, y ya no hay duda alguna, va dirigida esta producción. Nazis y acción desaprovechados por una temática ATP. Me acerqué con intenciones de ver una película de acción con ciertos elementos históricos (como con los que cumplía X-Men: First Class de Matthew Vaughn) y me encontré estafado (doblemente a esta altura si se tiene en cuenta la anécdota de la entrada) por una comedieta para niños con elementos románticos dignos de pertenecer a una telenovela de Canal 9. Nuevamente los espectadores un poco más decepcionados y los productores un poco más adinerados.

Nicolás Ponisio.

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